Plan cool para practicar el fin de semana. No, no vas a gastar la quincena.
Hipócrates decía: “Antes de sanar a alguien pregúntale si está dispuesto a renunciar a aquello que le enferma”. Y es que como en nuestra mano está el poner solución –o no– a los problemas, también está el generarnos aquellos hábitos que no nos hacen ningún favor. Si no, pensemos en todas las veces en las que desbloqueamos el móvil cada día para ver una y otra vez lo mismo: las mismas caras, las mismas fotos, los mismos videos. Y todas esas veces en las que, cuando algún sentimiento desagradable nos visita, en lugar de pensar en él, acudimos al consuelo y la evasión de la pantalla dejando que ese sentimiento flote o se hunda.
Esta búsqueda constante del estímulo es una de las grandes razones por las que cada vez nos cuesta más concentrarnos y, sobre todo, hacerlo durante un tiempo razonable. La psiquiatra Marian Rojas Estapé apunta a que es uno de los síntomas más frecuentes en las consultas. Y sostiene que hay varios factores que influyen sobre la atención: uno es el sueño, porque cuando uno duerme bien se consolida la memoria y el cerebro hace un reset; lo segundo es el estrés, porque cuando está presente no podemos focalizarnos en otra cosa que no sea en nuestra supervivencia; y el tercero sería la pantalla, porque cada vez que vemos que se enciende, la atención se activa (luz, sonido y movimiento) y, por tanto, se dispersa.
“Muchas veces nos metemos en más cosas de las que podemos. Muchas veces no queremos renunciar a nada y el precio que pagamos es un cansancio inmenso”, afirma Nazareth Castellanos, neurocientífica y autora de El Espejo del Cerebro (Ed. La Huerta Grande). Un hecho al que se le suma la complejidad del ritmo y la productividad en los que nos vemos inmersos: hoy en día todo va muy rápido, tenemos mucho trabajo y/o las distancias de un sitio a otro (cuando se habita en una gran ciudad) son muy largas. La experta sostiene que una de las cosas que se ha demostrado que más nos cansa o nos agobia es el estar haciendo una cosa y pensando en las otras tantas que tenemos pendientes. “Estás en un sitio, pero estás en otro”, declara.
Un estudio de la Universidad de Harvard realizado en 2012 demostró que el 47% del tiempo que estamos despiertos y estamos haciendo una cosa, tenemos la mente en otro lado. Una mente divagante que la universidad americana relaciona con una mente infeliz porque, se pudo probar que, tanto si lo que estaban haciendo aquellas personas era agradable como si no, al no estar presentes mientras la llevaban a cabo, esa tarea se convertía en una menos agradable. Castellanos defiende la capacidad de anticipación en el ser humano, “ya que nos ayuda mucho y no hablamos de eliminarla, pero sí de reducirla un poco más a lo largo del día para centrarnos en el presente”.
Pero ¿durante cuánto tiempo somos capaces de mantener la atención? Aquí de nuevo la respuesta la tiene la Universidad de Harvard, ya que realizó otro estudio que consistía en meter a varias personas en un laboratorio sin ningún tipo de distractor y pedirles que durante un rato intentaran controlar voluntariamente sus pensamientos. El tiempo medio que aguantaron sin distraerse fueron seis minutos y el 83% de los participantes dijo que la experiencia había sido muy desagradable. Un resultado que nos dice que controlar nuestra propia mente es mucho más complejo de lo que pensamos. Pero si no sabemos que eso se ejercita y que tiene importantes beneficios, no vamos a prestarle nunca la atención que merece.
La clave de todo está en la corteza prefrontal, la zona del cerebro que debemos estimular para así lograr un ensanchamiento de la misma. Ella es la que se encarga de la concentración, la atención, la capacidad de resolver problemas y del control de los impulsos. Y esta zona es precisamente la que se ejercita con la meditación o con los ejercicios de atención plena. Practicarla se traduce en un mayor bienestar y en lo que William James, llamó “tomar posesión de la mente”. Es una capacidad intrínseca que tenemos de conocernos y observarnos. Antes de empezar, Marian Rojas nos recuerda que debemos considerar que el entorno sea el adecuado, con buena luz, temperatura e hidratación… Además, cree imprescindible que pongamos de vez en cuando el teléfono en modo avión para así conectar con el mundo real.
Uno de los ejercicios más sencillos para empezar a meditar consiste simplemente en observar cómo respiramos, cómo el aire entra y sale. “En ese momento la actividad de tu cerebro está centrada en la corteza central y el resto estaría más o menos ‘callado’”, explica Nazareth. Tarde o temprano, sin que queramos, nos distraeremos, nos acordaremos de algo y el cerebro se llenará de colores en un ajetreo inmenso al que los tibetanos llaman ‘la jaula de los monos a los que les ha picado un escorpión’. Ahí habremos abandonado el control voluntario de la atención y entrará entonces en juego el propósito, que es muy importante.
“Si adiestramos al cerebro para que haga este ejercicio durante media hora al día, lo que estaremos haciendo será enseñarle a que dé cuenta de nosotros mismos. Algo que nos es válido no sólo para lograr la atención sino también para, por ejemplo, recular en un conflicto, porque el cerebro actuará como reflejo de nosotros y nos mostrará que nos estamos acalorando demasiado. Al realizar este ejercicio de meditación está demostrado que nuestros niveles de estrés o de negatividad disminuyen. Además, es muy agradecido porque no hace falta ser un gran meditador para conseguir resultados, sino que haciéndolo una media hora al día ya se producen cambios en el cerebro y en nuestra actitud”, asegura la neurocientífica.
Por lo tanto, queda claro que tener la capacidad de mantener la atención durante más tiempo nos aportará grandes beneficios, como reducir la ansiedad y el estrés. Pero también mejorará la memoria, porque nos ayudará a fijar lo aprendido. El filósofo y psicólogo Juan Luis Vives, que fue un gran estudioso de la atención, decía que “aquello que recibimos con espíritu libre y tranquilo se queda más fácilmente en la inteligencia y deja su huella más impresa y duradera, con tal que apliquemos a ello nuestra alma con atención. Por eso, lo que hemos visto y oído en la edad primera lo recordamos durante más tiempo y con mejor integridad, porque nuestra mente se halla entonces exenta de cuidados y cavilaciones; además, atendemos con diligencia, porque en aquel tiempo todo lo contemplamos como nuevo, observamos cuidadosamente lo que nos produce admiración, y así desciende profundamente a nuestra alma”.